El sexto sentido


A veces veo caras. No es por mi, creo. Tiene que ver con que los humanos hemos desarrollado un cerebro que responde rápidamente cuando aprecia dos círculos y una pequeña línea debajo de ellos. Un cerebro que ha sido moldeado durante milenios para reconocer una cara lo antes posible.


He descubierto que ese efecto tiene un nombre: pareidolia. Ojo, la pareidolia no tiene que ver sólo con caras humanas, puede ser que también veas cosas reconocibles como, yo qué sé, un pollo.


Y es que la suma de diferentes elementos puede hacernos ver espíritus, caras, animales o narices donde sólo hay un grifo o una nube.


Pero realmente lo que me fascina es el reconocimiento de emociones en objetos cotidianos como una fregona o un bolso. No me digáis que un bolso enfadado no tiene un punto a su vez gracioso. Una mezcla de emociones que al bolso no le hace ni puñetera gracia.




Curiosamente, pensaba que los frontales o traseras de los coches darían juego, pero no. Lo que realmente dan juego son las casas.





En cualquier caso, están ahí. Nos vigilan. En las frías noches de invierno (o de verano, da lo mismo) salen vapores calientes de nuestras bocas en el momento en el que se acercan acechando nuestras vidas.




De todas formas, suelen estar de muy buen humor. De hecho, es todo un cachondeo apreciar que las caras más interesantes y divertidas son aquellas que se están partiendo el pecho o se hacen el loco cuando las miras, jugando al juego del gato y el ratón... (¿quién se está divirtiendo más?)






Para terminar, tengo un secreto que contaros. Creo que un pantalón japonés no está muy seguro de todo esto, de si está vivo o es un espíritu que ya nos dejó. Para saberlo y poder ayudarlo necesitaremos, obviamente, de ese sexto sentido. 


Comentarios

Entradas populares